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Antiguo 08-may-2013     #1
Predeterminado La Mente de Dios

La mente de Dios
Mariano Artigas
Publicado en Revista Nuestro Tiempo, nº 467, mayo 1993, pp. 116-124.


En 1988, Stephen Hawking publicó su libro Historia del tiempo, un best
seller que combina la divulgación científica con una filosofía no muy
rigurosa. En la conclusión del libro, Hawking se pregunta si podremos
encontrar una teoría que explique completamente el universo, y
concluye con estas palabras: «si descubrimos una teoría completa,
con el tiempo habrá de ser, en sus líneas maestras, comprensible para
todos y no únicamente para unos pocos científicos. Entonces todos,
filósofos, científicos y la gente corriente, seremos capaces de tomar
parte en la discusión de por qué existe el universo y por qué existimos
nosotros. Si encontrásemos una respuesta a esto, sería el triunfo
definitivo de la razón humana, porque entonces conoceríamos el
pensamiento de Dios» (en inglés, the Mind of God significa no sólo el
pensamiento, sino el plan de Dios).


The Mind of God es, precisamente, el título de un nuevo libro de Paul
Davies, publicado en Londres en 1992. No se trata de una casualidad.
El libro comienza recogiendo el párrafo de Hawking, e intenta
responder a las preguntas que plantea: ¿podemos comprender por qué
existe el universo y por qué existimos nosotros?, ¿proporciona la
ciencia una respuesta a estas preguntas últimas acerca de la
existencia?

Davies es profesor universitario de física. Recientemente se ha
trasladado desde Gran Bretaña a Australia, y enseña ahora en la
Universidad de Adelaida. Es un autor prolífico, ya que esta obra hace el
número veinte entre sus libros publicados. Tiene oficio como
divulgador. Su lenguaje es sencillo y directo, en la medida en que lo
permiten los temas que trata. No esquiva los temas difíciles; más bien
los busca y se recrea en ellos. Pasa revista a las cuestiones científicas
actuales, analizando sus connotaciones filosóficas y sus relaciones con
los problemas teológicos.

La pregunta central que Davies se hace es si nuestra existencia es un
simple accidente, un resultado casual de los procesos cósmicos, o si
más bien hemos de pensar que responde a algún propósito. Su
respuesta es que la auto-conciencia no puede ser un detalle trivial, un
subproducto menor de fuerzas carentes de propósito: nuestra
existencia responde a algún tipo de plan.

Los límites de la ciencia

Para valorar la respuesta de Davies conviene tener presente su
trayectoria intelectual. En 1983 publicó un libro titulado Dios y la nueva
física, donde sostenía que la ciencia proporciona en la actualidad un
camino más seguro que las religiones tradicionales para llegar a Dios.
Claro está que el «dios» al que llegaba poco tenía en común con el
Dios personal creador del cristianismo; se trataba más bien de una idea
que presentaba coincidencias con el panteísmo. Davies aludía al
panteísmo como si fuera una idea generalizada entre los científicos;
sería «la creencia vaga de muchos científicos de que Dios es la
naturaleza o Dios es el universo». Y sugería que, si el universo fuese el
resultado de unas leyes necesarias, podríamos prescindir de la idea de
un Dios creador, pero no de la idea de «una mente universal que exista
como parte de ese único universo físico: un Dios natural, en oposición
al sobrenatural».

En aquel libro, Davies se mostraba dispuesto a responder, ciencia en
mano, a los grandes interrogantes de la existencia humana. Algo
parece haber cambiado en los diez años que han transcurrido desde
entonces. Ahora, aunque Davies afirma que no pertenece a ninguna
religión institucional y que nunca ha tenido una experienciamística,
también afirma que la ciencia no puede responder a los interrogantes
últimos; añade que ese tipo de respuestas sólo pueden provenir de
experiencias místicas que trascienden el ámbito de la especulación
científica, y defiende la existencia de algún plan superior capaz de
explicar la vida humana.

Todo esto quizá pueda parecer trivial, sobre todo a un creyente, pero
no lo es cuando se presenta como el resultado de un extenso análisis
llevado a cabo por una persona que, como Davies, no encuentra fácil
afirmar la existencia de un Dios personal creador. Una cosa es afirmar
en general que ciencia y religión constituyen dos ámbitos diferentes,
sea cual sea la posición que se adopte ante la religión, y otra cosa muy
diferente es encontrar un científico que intenta llevar la ciencia hasta
sus límites, analizando en concreto las variadísimas respuestas que se
proponen en la actualidad acerca de las cuestiones últimas, y tomando
parte en un verdadero combate intelectual en el que se discuten
detalladamente los argumentos en favor y en contra de las distintas
soluciones.

Al igual que en otros libros anteriores, los razonamientos de Davies
pueden llevar al psiquiatra a quien no posea una estructura mental
sólida, ya que se extienden a las interpretaciones más insólitas. Se
trata de reflexiones en voz alta en las que Davies manifiesta sus
perplejidades, que no son pocas ni pequeñas. Su interés radica
precisamente en que muestran que un científico como Davies, nada
comprometido con posiciones religiosas convencionales y dispuesto a
admitir la parte de verdad que se encuentra en cualquier propuesta por
extraña que parezca, afirma ahora con pleno convencimiento que no
resulta viable atribuir la existencia humana al simple juego accidental
de fuerzas naturales.

La racionalidad del mundo

Todavía se encuentra difundido elcliché según el cual la ciencia elimina
todo misterio en la vida humana, proporcionando respuestas que
harían inútil cualquier pregunta que se sitúe más allá de los confines
científicos. La realidad es otra. En efecto, el progreso científico abre
panoramas cada vez más asombrosos, comenzando por la existencia
misma de la ciencia. Davies escribe: «El éxito del método científico
para desvelar los secretos de la naturaleza es tan deslumbrante que
puede impedirnos ver el milagro científico mayor de todos: que la
ciencia funciona ». Es cierto. El progreso de la ciencia supone que la
naturaleza posee una racionalidad inscrita en sus estructuras y
procesos, y que somos capaces de conocerla, aunque sea de modo
limitado. Y esto no es nada trivial, sobre todo si tenemos en cuenta
que la organización del mundo en el que vivimos es enormemente
sofisticada y singular.

Los avances de la ciencia proporcionan una imagen del mundo que
resulta casi fantástica, si no fuera real. Según la antigua imagen
mecanicista, que todavía sigue gozando de cierta popularidad, la
materia se compondría de partículas cuya única propiedad sería el
desplazamiento y el choque. La ciencia actual, por el contrario,
descubre un mundo microfísico en el cual las partículas se agrupan
espontáneamente formando pautas organizadas que hacen posible, a
su vez, la formación de otras pautas de mayor complejidad, hasta
llegar al alto nivel de organización propia de los vivientes. En 1989,
Davies escribió: «Es uno de los milagros universales de la naturaleza
que enormes reuniones de partículas, que sólo están sometidas a las
fuerzas ciegas de la naturaleza, sin embargo son capaces de
organizarse a sí mismas en pautas de actividad cooperativa».
Efectivamente, es tan asombroso que resulta lógico preguntarse si, en
realidad, ese comportamiento responde solamente a fuerzas ciegas.


Esta es la pregunta que una vez y otra aparece a lo largo de los análisis
de Davies. En efecto, la asombrosa racionalidad de la naturaleza exige
una explicación nada trivial, sobre todo si se tiene en cuenta nuestra
capacidad de conocerla, o sea, la existencia de mentes auto-
conscientes como las nuestras que son capaces de plantear, con éxito
rotundo, un diálogo con la naturaleza que conduce a conocimientos
cada vez más profundos y coherentes. Afirmar que todo ello es un puro
hecho accidental, fruto de simples casualidades y de leyes ciegas, no
resulta nada satisfactorio.

La explicación del orden

Quienes reducen nuestra comprensión de la realidad a las
explicaciones que proporcionan las ciencias, se ven obligados a
explicar cómo surge la prodigiosa organización de la naturaleza, de
acuerdo con las leyes científicas, a partir de estados más primitivos.
En definitiva, deben explicar el todo mediante la suma de las partes.


Sin duda, pueden encontrarse muchas explicaciones de ese tipo, sobre
todo si las partes no son elementos meramente pasivos. Cuando se
combinan, en las condiciones adecuadas, átomos de hidrógeno y
oxígeno, lo que resulta no es una simple yuxtaposición de átomos: los
átomos interactúan y producen un compuesto que posee propiedades
verdadaeramente nuevas o emergentes. Si tenemos en cuenta que, en
contra de lo que afirmaba el mecanicismo, no existen elementos
puramente pasivos, parecería posible explicar la organización de la
naturaleza mediante sucesivas combinaciones, en niveles de creciente
complejidad, de componentes y procesos.

De hecho, esta idea se encuentra ampliamente difundida en la
actualidad: la naturaleza sería el simple resultado de combinaciones
que producirían resultados de todo tipo, entre los cuales sólo
sobrevivirían aquéllos que fuesen capaces de adaptarse
funcionalmente a las circunstancias. Se trata del esquema básico
propuesto por Darwin para explicar la evolución biológica, que sería
capaz de explicar asimismo la evolución cósmica y, en general, todos
los procesos naturales. ¿Qué lugar queda aquí para ulteriores
preguntas de tipo metafísico?

Davies afirma repetidamente que, al menos, existe un tipo de
preguntas que no encuentran respuesta adecuada en ese esquema. Se
trata de las preguntas acerca de las leyes que se encuentran en la
base de todos esos procesos y los hacen posibles. ¿Por qué existen
precisamente esas leyes y no otras? De hecho, hoy día sabemos que
nuestra existencia es posible porque las leyes y las magnitudes
básicas de la física poseen unos valores extremadamente ajustados.


Podría replicarse que, al fin y al cabo, esa situación no tiene nada de
particular porque, en otro caso, nosotros no existiríamos; dicho de otro
modo, resulta lógico que las leyes básicas sean tales que permitan
nuestra existencia, puesto que, en otro caso, no estaríamos aquí. Sin
embargo, esta respuesta no convence a Davies, y es lógico que así
sea, porque no proporciona ninguna explicación: simplemente acepta
el mero hecho de nuestra existencia y de las condiciones que la hacen
posible.

Las ciencias explican, en cierta medida, como surge el orden de la
naturaleza a partir de ciertas condiciones antecedentes. Pero siempre
encontramos, en último término, situaciones iniciales y leyes básicas
que exigen una explicación, a menos que estemos dispuestos a afirmar
un proceso infinito que no explica nada. Además, lo que debemos
explicar no es sin más un cierto orden, sino un grado verdaderamente
fabuloso de organización en diferentes niveles que se entrecruzan y se
complementan.


Una manera de evitar el misterio es afirmar que nuestro mundo es sólo
una parte de un universo mucho más amplio en el que se producen
todo tipo de situaciones posibles. Bajo esta perspectiva, nuestra
situación, por muy privilegiada y singular que nos parezca, sería sólo
una entre otras muchas que se dan o pueden darse en otras partes del
universo o, como dicen otras teorías, en universos paralelos al
nuestro. De hecho, algunos fisicos sostienen la teoría de muchos
mundos (many-worlds) según la cual, en virtud de las peculiaridades
de la física cuántica, existe toda una serie de universos paralelos al
nuestro. Otros afirman que nuestro mundo podría ser el único
lógicamente posible y, por tanto, tampoco habría que admirarse de su
singularidad.

Davies no piensa que estas teorías resuelvan el problema. Por una
parte, porque no son científicamente contrastables: si se postula la
existencia de otros universos inobservables, no se adelanta nada; más
bien sucede lo contrario, ya que se introducen complicaciones
innecesarias que caen fuera de toda posible comprobación. Tampoco
parece posible demostrar que nuestro universo sea el único
lógicamente posible, y todos los indicios apuntan, por el contrario,
hacia la existencia de un orden contingente.


Esta noción es crucial. Davies escribe: «Parece, pues, que el universo
físico no tiene que ser como es: podía haber sido de otro modo. En
último término, el supuesto de que el universo es a la vez contingente
e inteligible es lo que proporciona el motivo de la ciencia empírica. Ya
que, sin la contingencia, seríamos capaces, en principio, de explicar el
universo usando solamente deducciones lógicas, sin recurrir a la
observación. Y sin la inteligibilidad, no podría existir la ciencia». Cierto.
Entonces, deberemos preguntarnos por la explicación última de ese
orden contingente.


Davies analiza las diferentes posibilidades. Podría suceder que no
existiese una explicación; pero esto significaría el colapso de la
racionalidad, que viene avalada, entre otros motivos, por la existencia
y el progreso de la ciencia. Por otra parte, encontramos la explicación
clásica propuesta por el teísmo, según la cual existe un Dios personal
creador que proporciona el fundamento último de la racionalidad.


¿Existe un plan superior?

Los razonamientos de Davies parecen acordes con la afirmación
característica delteísmo. Sin embargo, opina que esta posición se
enfrenta a una objeción demasiado seria: si Dios existe, debe ser
único, infinito, perfecto, y necesario: poseyendo en sí mismo su razón
de ser, debe ser imposible su no-existencia; pero, en ese caso, ¿cómo
se compagina la necesidad divina con la contingencia del mundo?, ¿no
debería admitirse que, si Dios es necesario, también lo debería ser el
universo, como resultado de la acción divina? Y en ese caso, ¿cómo se
compaginaría la necesidad del mundo con la contingencia que
observamos, y ante todo, con la creatividad de la naturaleza y con la
libertad humana?

Sin duda, el problema es serio y ha ocupado a mentes ilustres a lo
largo de la historia. Davies no le ve solución. Por ese motivo, piensa
que la única posición teísta que evitaría las dificultades mencionadas
sería lo que suele denominarse telogía del proceso. Se trata de una
doctrina que remite a Alfred North Whitehead, cuyo impacto es
especialmente notable en el mundo anglosajón. En pocas palabras,
afirma una especie de dios dipolar que en parte es necesario e
independiente del mundo, pero en parte se ve envuelto en las
visicitudes contingentes del mundo. Davies confiesa que la idea le
resultaba difícil de asimilar, pero añade que le llegó a resultar
aceptable cuando consideró su paralelismo con algunas situaciones
que estudia la física cuántica.

La alusión a la física cuántica remite a discusiones nada fáciles acerca
de la interpretación de esta teoría; ni siquiera existe unanimidad al
respecto entre los científicos. Además, no es difícil advertir que la idea
de un dios dipolar resulta más bien contradictoria.

Las dificultades que Davies advierte en el teísmo pueden solucionarse
por otro camino, utilizando una distinción que es empleada
frecuentemente por los científicos, por ejemplo, cuando discuten las
teorías de la evolución. Suelen decir que deben distinguirse el hecho y
su explicación: el proceso evolutivo sería un hecho bien establecido
mediante pruebas paleontológicas, de anatomía comparada, de
genética y de bioquímica, y la explicación del proceso, sin embargo,
incluiría muchos problemas controvertidos. La distinción entre los dos
aspectos permitiría sostener que las incertidumbres acerca de la
explicación no afectan a la afirmación del hecho central. En nuestro
caso, la situación sería análoga: existen suficientes argumentos para
afirmar la existencia de un Dios personal creador, cuya naturaleza y
relaciones con el mundo, sin embargo, resultan un tanto misteriosas
para nosotros.

En realidad, este modo de razonar no es novedoso. Durante siglos, los
filósofos han distinguido dos tipos de preguntas: la que se refiere a la
existencia de algo (la cuestión an sit, o sea, si algo existe), y la que se
refiere a su naturaleza (la cuestión quid sit, o sea, qué es, cuál es su
modo de ser). Son dos preguntas que, si bien se encuentran
relacionadas, pueden distinguirse. En las ciencias, esto ocurre
continuamente. Nadie duda de la realidad de las partículas
subatómicas, a pesar de que encontramos dificultades, que por el
momento son insalvables, cuando intentamos determinar su
naturaleza; esas dificultades no impiden que poseamos muchos
conocimientos bien comprobados acerca de las partículas, y que
podamos utilizarlos como base de una tecnología muy sofisticada.


Un punto crucial, en nuestro caso, consiste en saber si la existencia de
un Dios necesario, que parece requerida para comprender cómo es
posible el universo, escompatible con la contingencia de ese universo.
Si no lo fuese, entonces la existencia de Dios conduciría o bien a
afirmar que el universo es también necesario, o bien a una
contradicción. Pero, ¿por qué se debería afirmar que un Dios necesario
tendría que producir un universo igualmente necesario, no contingente?


En realidad, no existe motivo para afirmarlo, y más bien existen
motivos para sostener lo contrario. En efecto, no puede existir algo
que sea absolutamente necesario y que no sea Dios mismo. Cualquier
cosa que Dios produzca, contendrá elementos contingentes porque, en
caso contrario, se identificaría con Dios.


Es posible argumentar racionalmente que Dios existe; que no sólo es
libre, sino soberanamente libre, ya que no está determinado por nada
fuera de sí mismo; que no actúa de modo arbitrario; que es
infinitamente perfecto. Si intentamos comprender completamente el
ser divino, encontramos límites que resultan lógicos: un dios que
cupiese perfectamente en nuestra mente no podría ser el Dios
verdadero. Sin embargo, podemos comprender que la necesidad divina
no implica que Dios cree necesariamente, ni que sólo pueda crear un
único universo.

El misterio y la mística

Davies tiene razón al afirmar que el Dios personal creador contiene
aspectos misteriosos: no podría ser de otro modo. Sin embargo, no se
trata de misterios arbitrarios, sino, si puede hablarse así, de misterios
razonables.

Por la vía de la razón, podemos llegar hasta la afirmación de Dios y de
sus principales atributos. No es poco. Es suficiente para orientar la vida
entera en sus aspectos básicos. Pero no llegamos, y resulta lógico que
así sea, a comprender perfectamente el ser divino, que nos aparece
envuelto en el misterio.

Para explicar esta situación, Chesterton propuso una comparación
sugerente. El Sol es tan potente que no podemos mirarlo directamente;
sin embargo, posee luz propia y la irradia, de modo que vemos todo lo
demás gracias a esa luz. De modo semejante, Dios nos resulta
misterioso, pero todo resulta inteligible a su luz.


Davies es consciente de los problemas y tiene la valentía de
afrontarlos. En su última obra, reconoce abiertamente los límites de la
ciencia para resolver las cuestiones últimas acerca de la vida humana.
Afirma, y tiene razón, que la ciencia empírica siempre trabaja sobre
unos supuestos que ella misma no puede probar. Uno de esos
supuestos es la racionalidad del mundo y del hombre. Davies advierte,
con razón, que la fundamentación de esa racionalidad nos lleva a un
ámbito que se encuentra más allá de las posibilidades de la ciencia.
Más aún: el progreso científico muestra, con un detalle casi increíble,
que esa racionalidad es mucho mayor de lo que podría parecer a
primera vista. Todo ello conduce a Davies al asombro, que siempre ha
sido la puerta de la genuina filosofía.


Pero Davies se queda, por el momento, en la puerta. Los caminos que
se abren a partir de esa puerta le parecen metafísicos, y no ve cómo se
podría proseguir la argumentación racional cuando uno se instala en
ellos. Sólo ve una salida: lo que denomina la experiencia mística, que
se encontraría en las antípodas del pensamiento racional. Según
Davies, los caminos del misticismo no conducen a conclusiones
inequívocas, sino que llevan a conclusiones diferentes, de acuerdo con
la personalidad de cada uno: hay quien llega a afirmar un Dios
personal, y hay quien no llega.

Davies se sitúa en el segundo grupo, y explica por qué. «Yo siempre he
deseado creer que la ciencia puede explicar todo, al menos en
principio», escribe. Y añade: «Personalmente, preferiría no creer en
sucesos sobrenaturales. Aunque es obvio que no puedo probar que
nunca sucedan, no encuentro una razón para suponer que suceden. Mi
inclinación es suponer que las leyes de la naturaleza son obedecidas
siempre». Sin embargo, el ateísmo pragmatista no le convence, ya que
implica admitir que el universo es algo dado, un hecho que no admite
explicación última, y esto parece poco razonable, e incluso absurdo.


Davies afirma que, cuando buscamos explicaciones últimas,
tropezamos con los límites de la misma racionalidad que nos impulsa a
buscarlas: una teoría completamente racional es imposible, porque
siempre habremos de admitir algunos supuestos. «Si deseamos ir más
allá -añade-, hemos de adoptar un tipo de explicación diferente de la
explicación racional. Es posible que el camino místico conduzca hacia
ese tipo de comprensión. Personalmente, nunca he tenido una
experiencia mística, pero tengo la mente abierta acerca del valor de
tales experiencias. Quizá ellas proporcionan la única ruta que va más
allá de los límites de la ciencia y la filosofía, el único camino posible
hacia lo Ultimo».

Con respecto a sus anteriores obras, Davies ha recorrido un largo
camino, lleno de incertidumbres que subsisten hasta la actualidad. Es
imposible prever cuáles serán sus pasos a partir de aquí. Entre otros
motivos, porque somos libres. La acción de Dios, omnisciente y
todopoderoso, no sólo respeta la actividad libre de la persona humana,
sino que la hace posible. Dios nos ha creado para que podamos
participar de su perfección y bondad, pero sólo podemos alcanzar la
felicidad a través de nuestra actividad libre. Por eso se ha dicho que
Dios habla suficientemente bajo para que quien no quiera oírle no le
oiga, y suficientemente alto para que quien quiera oírle pueda hacerlo.
La racionalidad del mundo es uno de los caminos que Dios utiliza para
manifestarse a nosotros; la ciencia no llega por sí sola a la afirmación
de Dios, pero su progreso amplía considerablemente nuestro
conocimiento de la racionalidad del mundo y, por este motivo,
constituye una base idónea para llegar al conocimiento de su Creador.


Fuente
http://www.unav.es/cryf/lamentededios.html
Responder Citando
Los siguientes 6 usuarios agradecen a Gabriel Go Ol por este mensaje:
baduser (08-may-2013), Francisco6812 (20-may-2013), storich (10-may-2013), tamarindoloco (11-may-2013), tortex (10-may-2013), VJEVans (08-may-2013)
Antiguo 08-may-2013     #2
Predeterminado

la eterna discucion .. la ciencia vs la religion ..

Responder Citando
Usuarios que han agradecido este mensaje de VJEVans
baduser (08-may-2013)
Antiguo 10-may-2013     #3
Predeterminado

le puse gracias por primera vez sin leerlo, no te mentiré, lo leeré apenas termine de estudiar mis obligaciones facultativos
Gracias por la información, la valoro.

Mi tierra, mi patria, Malvinas Argentinas

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