Ver Mensaje Individual
Antiguo 27-abr-2009     #1
Sorprendido Pornografía, grave atentado contra la dignidad humana

Pornografía: grave atentado contra la dignidad humana

Tras sus 40 años de sacerdocio, Monseñor Paul S. Loverde, Obispo de la Diócesis de Arlington, hace un profundo análisis sobre las graves consecuencias que ha traído la propagación de la pornografía en la sociedad actual, atentando no solo contra el ser humano como individuo, sino contra el matrimonio y la familia. En esta artículo, monseñor Loverde refuta los falsos argumentos que tratan de justificar la pornografía y se dirige a los distintos grupos de la sociedad para que unidos combatan este flagelo. Estos son apartes de su pastoral, escrita en el 2006.

“En mis cuarenta años de sacerdocio, he presenciado la propagación del mal de la pornografía como una plaga a través de nuestra cultura. Lo que alguna vez fue un vicio vergonzoso y poco frecuente de unos pocos, se ha convertido en la principal forma de entretenimiento de muchos.

Esta plaga arruina el alma de los hombres, las mujeres y los niños, destruye los vínculos del matrimonio y victimiza a los más inocentes entre nosotros. Se ha justificado como un canal de libre expresión, apoyado como una iniciativa comercial y permitida como apenas otra forma de entretenimiento. No se reconoce ampliamente como una amenaza a la vida y a la felicidad. No suele tratarse como una adicción destructora. Cambia la forma en que los hombres y las mujeres se tratan entre sí a veces de forma asombrosa, pero a menudo sutil. Y no va a desaparecer.


Una falta grave

En una cultura que ve la pornografía apenas como una debilidad privada o aun como un placer legítimo que debe protegerse por ley, es preciso repetir aquí la enseñanza constante de la Iglesia Católica. En palabras sencillas, el Catecismo de la Iglesia Católica condena la pornografía como una falta grave (CIC 2354).

La inmoralidad de la pornografía proviene, en primer lugar, del hecho de que distorsiona la verdad sobre la sexualidad humana. Desnaturaliza la finalidad del acto sexual (CIC 2354), la entrega íntima de un cónyuge al otro. En vez de ser la expresión de la unión íntima de vida y amor de una pareja casada, el acto sexual se reduce a una fuente degradante de entretenimiento y aun de lucro para otros.

Por lo tanto, me permito recordar a todos los fieles que el uso de pornografía, es decir, su fabricación, distribución, venta o visualización, es un pecado grave. Quienes participen en esa actividad con pleno conocimiento y consentimiento cometen un pecado mortal.

Entonces, ¿por qué sucumben tantos a una tentación tan obviamente contraria al bien de la persona humana? Por lo menos en parte, es por causa de la duda y la confusión ocasionada por los falsos argumentos de quienes justifican este comportamiento. A esos falsos argumentos me referiré ahora antes de ofrecer orientación.


Falsos argumentos


“No hay víctimas, por lo tanto, nadie sale lesionado”
Esta justificación de la pornografía, suele comenzar con una consideración de la actividad como un intercambio privado entre los espectadores y los productores y distribuidores del material. En esa consideración, hay “libre” elección por parte de adultos que realizan un acto por su propia voluntad para atender una “necesidad” y recibir compensación por ello. La ilusión inherente en esta racionalización está en creer que todos los participantes terminan el intercambio como las mismas personas que entraron en un principio, sin sufrir ningún daño. Al igual que todas las racionalizaciones, esta es una ilusión.

La primera ilusión está en que la visualización de los hombres y las mujeres en relaciones íntimas no los perjudica como personas. A menudo eso no es verdad ni siquiera en un plano físico. Al aprovecharse de las personas vulnerables y necesitadas, la industria de la pornografía a menudo las incita a tener patrones de comportamiento más arraigados y peligrosos hasta que el daño físico es inevitable. Con todo, la misma naturaleza de la pornografía lleva a cometer un acto de violencia contra la dignidad de la persona humana.

La pornografía hace de la intimidad una mentira. Al distorsionar la propia característica humana que promete poner fin al aislamiento, la pornografía lleva al usuario no a la intimidad, sino a un alejamiento aún más profundo. El propósito divino de la sexualidad humana es satisfacer el anhelo de comunión con otro y traer a la persona al vínculo del amor que da vida y la nutre.


“El uso moderado de la pornografía puede ser terapéutico”
Algunos defienden la posición de que los actos sexuales, en general, y el uso de la pornografía, en particular, satisfacen la más básica de las necesidades humanas. Esta posición plantea que la pornografía puede proporcionar una cierta medida de satisfacción humana y de consuelo para quienes encuentran que la intimidad en el matrimonio es imposible o, por lo menos, inexistente.

Esta opinión presupone que la actividad sexual en sí o el acto de ver a otros que participan en ella es de alguna manera de la misma naturaleza que la verdadera intimidad humana. De hecho, la intimidad a la que aspiran todas las personas es la antítesis de la experiencia explotadora y deshumanizante del uso de imágenes pornográficas. En lugar de proporcionar consuelo o satisfacción, el uso de pornografía no sólo conduce inevitablemente a experiencias insatisfactorias repetidas, sino que exige una intensificación del estímulo. Cada intensificación y cada experiencia degradan y desensibilizan al espectador con respecto a la belleza y la nobleza de la persona humana.

No puede haber un uso “moderado” de la pornografía como tampoco puede haber un uso “moderado” del odio o del racismo. Presentar esa posibilidad es aceptar una caída en el mal, paso a paso. Cualquier alivio aparente será efímero y las consecuencias duraderas harán que la resistencia futura sea aún más difícil y que posiblemente se intensifique hasta convertirse en una adicción.


“La pornografía puede ser una ayuda para el proceso de maduración emocional y sexual”.
A menudo el uso de la pornografía se considera como una parte “natural” del proceso de maduración, una forma mediante la cual los jóvenes pueden llegar a entenderse como personas sexuales. Los padres, quizá al recordar sus propias dificultades, pueden hacerse los ciegos en cuanto al uso de la pornografía por sus hijos. En lugar de alentar a los jóvenes a lograr dominio y respeto de sí mismos, esta actitud presenta a los jóvenes un futuro que depende del capricho y de la oportunidad.

El uso de pornografía por los jóvenes evita comprender la sexualidad humana integrada con la propia expresión y la intimidad que es la plena expresión de la persona humana. En lugar de crecer para apreciar la santidad de la persona, los jóvenes atrapados en la red de la pornografía comienzan a relacionarse con otros y consigo mismos como objetos.

La pornografía no puede ayudar a adquirir madurez porque todo lo que ofrece es una mentira sobre la persona humana: la posibilidad de explotar a una persona. El uso de la pornografía por los jóvenes dificulta más su auténtico desarrollo sexual y emocional por la manera falsa de presentar la interacción humana. Se debe orientar a los jóvenes para que luchen por alcanzar la madurez del control propio y de la modestia y para que, de esa forma, puedan convertirse en personas plenamente integradas, respetuosas de otros y de sí mismas


“La oposición cristiana a la pornografía proviene del odio del cuerpo expresado por los cristianos”.
Los defensores de los derechos de “libertad de expresión” de quienes practican la pornografía a menudo presentan la defensa de la pureza por parte de la Iglesia como algo puritano más que pastoral. Los defensores de esta empresa delictiva se presentan como defensores de un verdadero humanismo y señalan que las enseñanzas cristianas sobre castidad son “antihumanas”. La Iglesia se presenta como una entidad que odia el cuerpo humano y, por lo tanto, reacciona contra la naturaleza humana.

Esta mentira se ha enunciado tantas veces a lo largo de la historia de la Iglesia que muchos la aceptan como un elemento central del pensamiento cristiano. De hecho, la verdad es exactamente lo contrario. La Iglesia siempre ha condenado la doble comprensión del espíritu como bueno y del cuerpo como malo. Dios creó todas las cosas, tanto el espíritu como la materia, y vio que su obra era buena (véase Gen.1). La resurrección del cuerpo es nuestra esperanza, y nuestro reconocimiento del cuerpo como parte integrante de la persona humana es la base de la castidad cristiana.


"La Rutina no es mi quehacer, el Arte es mi Evolución"
Responder Citando
Los siguientes 5 usuarios agradecen a jamespoetrodriguez por este mensaje:
bubastewar (19-ago-2010), DientedeDragon (02-dic-2009), jamerast7 (26-ago-2009), jchierro (17-ago-2010), JuanC7 (14-ago-2010)