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Antiguo 23-jun-2009     #1
Predeterminado La psicología velocista (velocípata)

La velocidad reconsiderada para un estudio de la psicología velocista.J.Ricart

La velocidad de un objeto desplazándose queda determinado por la distancia recorrida en un tramo de tiempo. Los kms es la forma frecuente de referir distancias y la hora la unidad de tiempo a la que se refieren. Cuanto mayor sea la distancia recorrida en un mismo tiempo mayor será la velocidad. Y al revés cuanto mayor sea el tiempo empleado -si la posibilidad de movimiento no ha sido interrumpida- menor será la velocidad.
La velocidad es algo que no ha parado de crecer desde que la revolución industrial y tecnológica priorizaban la entrega de los resultados lo antes posible. Su concepto ha embriagado otras realidades fuera de la del desplazamiento físico. Enviar una noticia o una información a otro punto sin tener que hacer el recorrido con caballos o sin usar palomas mensajeras ya significó un gran adelanto con el telégrafo pero antiguamente llevar una información lo antes posible a su lugar de destino ya era muy apreciado, dependiendo de eso las victorias o el futuro de las relaciones entre naciones. Pero la velocidad es algo que existe desde antes de la observación física de un objeto acercándose o alejándose de otro. El organismo humano es el microcosmos en el que hay también recorridos y pistas, desplazamientos de nutrientes dentro de unos procesos coordenados por el tiempo. Antes de que el hombre diseñara el más prodigioso plan de rutas y autopistas entrecruzándose miles de años de evolución de la naturaleza ya habían construido el torrente sanguíneo en animales.
El movimiento es una certeza existencial que se demuestra con la variación de lugar del objeto que lo ocupa. Cualquiera que sea la posición física de sujeto, su vida está relacionada con el movimiento. Incluso un objeto apresado en una condiciones fijadas espacialmente no deja de experimentar su relación con el movimiento, (procesos íntegros del organismo o la transformación externa del semblante).El vocabulario profano no considera que esos movimientos no perceptibles o de una lentitud no captada por la retentiva visual entren dentro de la velocidad pero conceptualmente lo son. Todo movimiento tiene un ritmo y una velocidad de transformación, por lenta e imperceptible que sea. Habitar en un planeta aunque no se salga nunca de la misma casa, calle o barrio significa estar viajando a una determinada velocidad por el cosmos. La germinación de las semillas también dar lugar a tallos después de su eclosión con una determinada velocidad de crecimiento. Cada objeto vivo tiene su ritmo de transformación. Tratar de hacer crecer la planta más rápido es tan curioso cómo hacer que el niño se longuilínee lo antes posible. El fuerte deseo en ver resultados lleva a demandas de premura. La tecnología se viene poniendo al servicio de la rapidez. Todo se quiere hacer rápido y pronto, conseguir resultados sin pasar por los esfuerzos que requieren, consumir experiencias sin llevarlas a su término, conocerlo todo sin detenerse lo suficiente para aprenderlo. La velocidad, insisto, es un parámetro que empieza antes de la observación del objeto en movimiento y que se conceptualiza desde la técnica olvidando que viene pautada por la naturaleza. Antes de que se hicieran replicas artificiales desde la era del maquinismo de velocidades extraordinarias, los tornados y los huracanes ya habían dado cuenta y dejado sus marcas por la velocidad del tiempo. Desde antiguo los humanos han competido entre sí con sus maratones y los velocistas que ganaban conseguían los honores lo mismo que los otros héroes de las olimpiadas demostrando las mejores marcas para distintas disciplinas. La velocidad de otros animales dejaba atrás al humano en sus carreras lo que le llevó a domesticarlos para valerse de su rapidez aparte de usarlos como para la carga o las ruedas de molino o para la guerra. Las culturas que antes aprendieron a conseguir mayores marcas de velocidad fueron también las que consiguieron antes los éxitos y dominios sobre sus adversarios. Las naves rápidas embestían a las lentas, actualmente sigue pasando lo mismo la balística de largo alcance y máxima velocidad es la más temible. La velocidad ha ido permitiendo que el autor de algo quede lejos y a salvo atacando con un objeto agresivo La velocidad y precisión de lanzamiento de una piedra con una honda (o de un misil con un lanzacohetes) deja en principio a salvo al tirador y desconectado del resultado, al menos de manera inmediata. La velocidad es algo que permite atacar y escapar corriendo revistiendo una forma de traición fenoménica. Se causa un fenómeno al cual no se acompaña en su desenlace.
El autor de destrucción de lo ajeno, incluyendo la vida ajena, a causa de sus excesos, también de la velocidad que no controla psicológicamente se distancia de aquello como si no formara parte de su responsabilidad. Se ve a sí mismo encadenado a una sucesividad de la que no se puede independizar. El conductor incapaz de moderar su velocidad o necesitado de estímulos como maximizar la velocidad para adrenalizarse no conciencia su rol como causante de muertes ajenas ni siquiera con las inversiones preventivas y de publicidad sobre los desastres ocasionados. El velocista es anterior a la máquina de correr. El rally fue muy posterior a las carreras de cuadrigas y ya en la época de los velocípedos se tuvo que limitar la velocidad por atentar a los ritmos de los pedestres.
Puesto que la velocidad ha venido siendo demostrada por la naturaleza en multitud de maneras el ser humano no ha hecho más que incorporarse a un cuadro de competencias. En la sabana el animal que corre menos es el que se convierte en presa de otro que es su predador. Hay razones objetivas elementales para valorar la velocidad en positivo, la misma naturaleza la premia, pero desde luego no siempre ni en todos los recursos. Hay excesos de velocidad que van en contra del proceso. Los alimentos transgénicos que pretenden plantas de pronto crecimiento y maduración están contestados por un movimiento que se opone a la alimentación. La taquiverbia va en contra de la comprensión de lo que dice tanto el hablante como de esa habla para el propio dicente. La taquilalia es una de sus derivaciones patológicas. Hacer mucho en poco tiempo incentivado por las primas de producción ha incrementado el riesgo laboral y la accidentabilidad.
Los mensajes de la aceleración no paran de ser una constante en la existencia social. Y la tolerancia para el compás de espera crece según se esperan pronto-respuestas sensatas que no llegan. La danza de las acciones teóricas y las respuestas alternadas forma parte de la comunicación. Hay unos umbrales en los que discurre la inmensa mayoría de oralidad. La emisión de muchas palabras por minuto va en contra de las opciones para su comprensión y la de pocas palabras por minuto incrementa el desinterés por la vía del aburrimiento. Cada texto marca su velocidad expositiva, según lo que se quiera significar se correrá o se ralentizará así como elevará el tomo o lo bajará. Esa sinoide es lo que proporciona los armónicos y la melodía conversacional: desde el susurro hasta el chillido.
Tener prisas (propio de caracteres impetuosos o impulsivos) va en contra de los resultados de para aquello a lo que se les aplica. La persona con prisas lo olvida todo, el que corre mucho pretendiendo llegar antes a veces no llega nunca (según rezaba un famoso eslogan que se llevaba en el salpicadero del coche). El propagandismo social reeducativo con respecto al tema de la velocidad sigue encontrando una férrea resistencia de tipos que su mayor ilusión es hacer ruido con sus máquinas, Hay que ser muy descerebrado para derrapar con coches y motos, correr en curvas y matar a otros (aparte de matarse en ellas) que circulan correctamente o hacer carreras igual que en la época de James Dean, para demostrar ¿qué? ¿Que se llega antes o se es mas ducho con el volante? El triunfador de los bólidos, aun con la cara quemada para siempre, puede ostentar el collar de flores y la botella de cava regando a los presentes.
El fenómeno de moteros, coches y camiones (sí, los camioneros también hacen carreras) que eligen zonas en las que enseñar sus hazañas con clacas incluso que van a verlos es un indicador más de una sociedad enferma. El que se compra un coche que puede ponerlo a 300 por hora no puede entender que la velocidad este limitada a 90 o a 100 y busca sitios donde poner al máximo la potencia de su motor. La misma psicología es la que se metería dentro de un estaco y no saldría al exterior hasta fumar todas las cajetillas de cigarrillos porque estaban ahí para eso.
Dominar una maquina que produce velocidad en unos parámetros de riesgo genera un sentimiento de heroicidad y una química de adicción. Correr riesgo y salir bien parado proporciona un estatuto de superioridad al sujeto de la que gozará mientras no se despanzarre contra un muro. Evidentemente es una pura ficción mental. Si los ligues que consigue son por esas fechorías el velocista está apañado. Lo curioso de tener esa psique tarada es la de creer que la velocidad proporciona lo que no da la pauta relajada. Los entornos infra culturales propician eso. El número de notas repetido, la música disco máquina, sin el menor mensaje para mover las caderas, también es una forma de velocidad inquietante que no dota de nada al que se mueve pero cuyo movimiento le crea la sensación de estar haciendo algo. El movimiento es continuo y nadie se desembaraza de él (sea el suyo propio cerebral-corporal o el externo de los elementos contextuales) pero tan pronto uno quiere superar su velocidad natural y razonada por motivos de record o por farolero olvida que la velocidad es una propiedad personal e intransferible y que la de otro no tiene porque ser la propia ni al revés. Hay gente que se mata (y mata, que es lo grave) para demostrar que tiene un poder sobre una situación. No es verdad, todo sucede en su mente en la que una salsa de emociones lo entonta. Recuerdo que de crío tras una bronca familiar cogí mi bicicleta y salí a la carrera por encima de la acera y entre farolas, tenía que poner tierra por medio entre el lugar del conflicto y mi necesidad de respirar aire no contaminado. No me estrellé ni hice daño pero sí vi que mi posibilidad de control del vehículo era menor a la fuerza que desarrollaba. Algunos accidentes posteriores (tanto en bici como en moto como en coche) me pusieron en mi lugar y me educaron. La suerte de tener experiencias adversas y dolorosas que puedas contar es que te dan segundas oportunidades desde las que puedes ejercer de maestro ante la vida, ante la tuya al menos.
La gente se sigue matando porque hipervalora la velocidad aunque una vez llegue a los sitios a la hora o antes no aproveche el tiempo ganado para nada. Lo opuesto a correr son los enervantes atascos que requieren horas para hacer uso pocos kilómetros o cruzar una ciudad. Los códigos establecen unas velocidades razonables (80 por hora en las circunvalaciones y 120 en las autopistas) que tiene sus críticos. Aceptemos que los necesitarios de velocidad quieren correr o comprar maquinas para experimentar el rozamiento del aire en sus caras. Muy bien que corran pero que lo hagan en circuitos controlados. Lo mismo que hay velódromos, puede haber motódromos y maquinódromos de toda clase para que nuestros velocistas nos demuestren lo mucho que corren y las piruetas que saben hacer, caballitos y demás curiosidades visuales. Seguro que tienen público para esto. Hay que admitir que en un mundo de prisas para todo (la vida sigue siendo eso que se vive rápido sin gozarla en presente, lo cual para la filosofía es igual a la no-.vida pero esa opinión no tiene porque ser compartida por los sensorialistas) también las hay para las formas de gozo, beber rápido y mucho, hablar rápido y mucho aunque no se diga nada, correr lo máximo aunque no se vaya a parte alguna. De momento seguimos teniendo a la chica bombón que da la señal de salida para que dos o más velocistas pongan a prueba su temple en la carretera frente a un precipicio.
Puesto que andamos sobrados de personal en el planeta tierra que se sigan matando por miles amantes del peligro que buscan su autodestrucción en términos gruesos es lo de menos. El problema es que con sus accidentes producen gastos hospitalarios y cargas a la sociedad además, y eso es lo peor, de llevarse por delante a otros que viven la vida sin molestar a nadie. La psicología del velocista tiene detrás un substrato de ansiedad y una necesidad de demostración de ego. Se ha dicho hasta la saciedad que toda la fuerza que un conductor no tiene en el pene quiere demostrarla con su supermáquina. Durante unos años observé que los personajes más bajitos eran los que tenían los coches más grandes. Una simple moto de 49 hace un ruido infernal para demostrar que su usuario ha llegado (aplaudamos).
Si todo lo que puede dar uno de sí es velocidad pero no contenido nos quedamos a dos velas. Por poco que lo piense averiguará que hay mejores cosas que ir de un punto A a un punto B para regresar al A. Si en una planta de producción la prima por velocidad no justifica hacer las cosas mal hechas, en la red viaria llegar a la hora a los sitios no justifica matar(se) por el camino. Pero inevitablemente hay prototipos de individuos que hacen las cosas mal, la rapidez influye en que las hagan peor. Eso no significa que todo el mundo que conduzca con lentitud lo haga con corrección y que también se cometen imprudencias por deceso de velocidad.
La psicología velocística espera un premio: llegar antes al lugar para quedarse con el mejor sitio u obtener el reconocimiento. La marcha a pie también se expresa con distintos grados de velocidad. Haciendo el camino de Santiago observé que bastantes peregrinos que hacían aquella (promesa o récord, da lo mismo) esforzaban al máximo su caminata, una de las razones era llegar antes los albergues para poder disponer de cama. El estrés está presente en muchas actividades humanas Eran capaces de repetirlo otro u otros años con el mismo ritmo (el límite de los 30 días de vacaciones les servían como excusa) a costa de sacrificar su percepción en los detalles y de no tener tiempo para los momentos ni siquiera para conversar con otros caminantes. Actualmente la vuelta al mundo, en el sentido literal, se puede hacer con aviones superpónicos que repuesten durante el vuelo sin tener necesidad de aterrizar. La velocidad puede asegurar llegar antes o pasar rápido por los lugares lo que no garantiza para nada es enterarse de ellos.
Puesto que el velocista todo lo que quiere es correr y sentir los elementos en su cara (aire, agua y calor y, en el momento que su hora le haya llegado, la tierra cuando se aplaste contra ella) dejémoslo con su manía de correr. Hay psiques para todo. Si el ser humano inventó el muro de las lamentaciones también puede inventar con respeto, eso sí, el muro contra el que aplastarse los sesos y rampas desde las que saltar con coches a 300kms por hora para que en la fosa de caída se vaya levantando un gran monumento de ferralla y cuerpos en descomposición que sin duda pasaría a ser la escultura más prodigiosa de todos los tiempos y la mas indicativa de las grandes habilidades del hombre moderno.
El correcaminos de ahora es un psicoveloz que nunca será ave ni lince ni desarrollará otras aptitudes creativas pero se le habrá de conceder la cruz de St Jorge por sus piruetas fotogénicas y su ultima sonrisa ante la muerte inminente. Como otras psicologías del exceso lo que no se consigue con la sensibilidad se quiere chafar con la brutalidad, lo que se tiene en inteligencia se trata de ocultar con la fuerza. Propuesta: detectar precozmente las conductas lesivas para las demás y neutralizarlas de tal manera que solo se hagan daño a ellas mismas. Propuesta de fondo y de largo plazo: cambiar de cultura en la que dejen de prodigarse y apreciarse figuras grotescas por su reto en querer ser los primeros en todo por otra que recuerde algo tan sencillo como que cada cual tiene su velocidad y las más altas no tienen porque ser las mejores. Los placeres asociados a la velocidad impiden la posibilidad de otros placeres desde la relajación, Determinadas psicopat0ologias van unidas a la velocidad mental que no se detiene a procesar los eslabones de cada historia y viven sin vivir situaciones en su integridad, dejándolas pasar de largo sin gozarlas. Hay algo de la velocidad que convierte al velocista en protagonista. Puede decir más palabras por minuto y sostener 3 o 4 gestiones o conversaciones al mismo tiempo. El resultado suele ser el caos y la desatención pero es cierto que hay mentes prodigiosas más capaces y más veloces para procesar datos, con respuestas reactivas más agiles. En el ajedrez el tiempo de respuesta es pactado o cronometrada mientras hay jugadores que necesitan muchos minutos para mover ficha otros lo hacen inmediatamente. Algo parecido se puede decir con respecto a respuestas verbales a ítemes o preguntas. Los individuos que se mantienen en el silencio o en la no-respuesta (que es una variedad de la callada aunque se digan frases) están en un no saber que es un indicador de falta de respuesta que en parte puede ser falta de velocidad de procesamiento de las informaciones.
La velocidad es relativa y su demanda de aumentarla para unas acciones se corresponde con la demanda e reducirla para otras. Cada situación en particular necesita ser puntualizada no olvidando que hay una enorme diferencia entre la velocidad determinada por las leyes naturales según contextos climáticos y la misma esencia de lo que se mueve y la velocidad resultado de una mente estresada o enferma. El conductor al volante cree descargar todas sus tensiones manejando rápido y poniendo en riesgo su vida y la de los demás. Fuerza su máquina corporal al máximo de su potencia creando la sensación ficticia de que no existen límites. Su presunción de unlimeted se la aclara el accidente un instante antes de palmarla o de quedarse sin movilidad en las piernas y en los brazos. Su gloria estelar de antes de dar unas vueltas de campana o de estrellarse contra una fuerza superior a la suya no compensa los resultados. Si hubiera aprendido a leer gozaría igual con personajes de comic y se hubiera evitado riesgos innecesarios. En la velocidad decrecimiento de una semilla un grano desaparece como tal para dar lugar a una planta, en la velocidad que necesita un sujeto para sentirse ser alguien puede ocurrir que como el grano desaparezca en tanto que sujeto a cambio de dejar una estela de humo y chatarra ahí donde había vida. La comparación no es muy buena porque en el primer ejemplo algo vivo da lugar a la vida, en el segundo alguien que está vivo da lugar a que continúe una cultura cadavérica. Es mucho suponer que la psique velocista esté viva. Lo que le hace sentir vivo es la arrogancia y constituirse en espectáculo por sus cabriolas.
Afortunadamente se van judicializando las conductas de psicologías velocistas con resultados de daños. Hay una demanda de endurecimiento de penas pero dada la incitación de la sociedad de consumo a conseguir premios y lucirse con carros es dudoso que esos castigos pongan fin a ese fenómeno, en realidad epifenómeno de la misma sociedad cuyos parámetros dominantes pasan por incitar al éxito del que forma parte la imagen del vehículo poderoso.
Cuando me he cruzado con una acción imprudente que me puede costar un accidente o que alguien que va a toda pastilla se la puede pegar me pregunto qué voy a hacer si alguien se estrella al lado. Un principio de solidaridad elemental exige auxiliar al accidentado. Lo he hecho algunas veces. Antes creía que los accidentes eran solo accidentes, desde que sé que no todos lo son mi perspectiva ha cambiado. La velocidad incide en el valor del mensaje pero no en lo que dice. Alguien que necesita la rapidez para todo se desautoriza a sí mismo. Quien corre en la cama para hacer el amor hace cualquier cosa menos el amor, quien corre en la carretera para ponerse a prueba hace cualquier cosa menos actuar con la inteligencia. Jim Harrisson habla de la grandeza de un territorio íntimo. Si se asume eso no se necesita ir por el mundo fardando lo que uno no es por las maquinas que tiene poniéndolas al máximo de su fuerza para producir ruidos, molestias y enfados
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velocípatas, velocistas


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